17 Ene Neuropsicología básica. Emoción vs. cognición
La neuropsicología aúna la neurología y la psicología para estudiar la relación entre la conducta y el cerebro.
Todos los mamíferos compartimos la misma estructura cerebral. Es más, un estudio reciente asegura que incluso compartimos los mismos niveles de conectividad cerebral, garantizando que la eficiencia en la transferencia de información no depende del tamaño del cerebro ni de la especie. Lo que sí es irrefutable es que el aprendizaje y la conducta, dos de los pilares básicos que abordamos una y otra vez como profesionales o como tutores de algún compañero canino, están condicionados por procesos mentales y orgánicos complejos, y trataremos de analizarlos a continuación de la forma más sencilla y resumida posible.
Cuando hablábamos en el artículo anterior de las necesidades caninas prestábamos especial atención a las cuatro grandes áreas (física, emocional, cognitiva y social), y debemos tener en cuenta que, como es evidente, el sistema nervioso interviene y gestiona todas y cada una de ellas.
El sistema nervioso, mediante impulsos eléctrico-químicos, envía y recoge información de todo el organismo a través de las neuronas. Se divide en el sistema nervioso central, formado por el cerebro y la médula espinal, y el sistema nervioso periférico, formado por los nervios y los órganos sensoriales.
Los perros, al igual que los humanos, nacen con el número máximo de neuronas de las que dispondrán el resto de su vida. Se estima que el número ronda los 500 millones, el doble que en los gatos, y a lo largo de los años muchas de ellas morirán, a la vez que se van creando otras nuevas. Las neuronas están conectadas entre sí mediante neurotransmisores. A través de la experiencia y del aprendizaje se eliminan y se crean nuevas conexiones, por lo que una buena estimulación sensorial y cognitiva incide de forma directa en el enriquecimiento y reforzamiento de dichas conexiones neuronales, también conocidas como sinapsis. Por ejemplo, un cerebro bien estimulado y trabajado presentará mayor resistencia al deterioro cognitivo de la edad frente a cerebros con una actividad neuronal más baja. No solo en perros, también en humanos.
Los neurotransmisores, de naturaleza química, transmiten información regulando la actividad neuronal. Algunos nos resultarán conocidos, como la dopamina o la serotonina, neurotransmisores relacionados con las sensaciones de placer, relajación, humor y felicidad. Por poner un ejemplo, se considera que unos niveles bajos de serotonina causan depresión, así como dificultades en el aprendizaje y agresividad.
¡Pero esto no es todo! También hay que tener en cuenta que, en estrecha colaboración con el sistema nervioso, trabaja el sistema endocrino, responsable de la coordinación fisiológica del cuerpo y formado por distintas glándulas que secretan hormonas directamente al flujo sanguíneo, con el consiguiente impacto que tiene cada una en el organismo y en la conducta. Algunas de las hormonas más conocidas son la testosterona, que origina los comportamientos sexuales y regulan otras conductas, como una respuesta a la provocación más intensa y una mayor intensidad en la agresión; la adrenalina, que prepara al cuerpo ante situaciones de emergencia, desviando el torrente sanguíneo hacia los músculos y preparando al perro para la huida o la agresión; o el cortisol, relacionado directamente con el estrés, del que hablaremos de forma más detenida en futuros artículos.
Como podemos ver, detrás de una conducta indeseada puede existir un enorme desajuste fisiológico en el organismo, y esa es la razón por la cuál es un fracaso absoluto corregir, por ejemplo, comportamientos relacionados con el miedo a base de castigos en lugar de establecer un plan de intervención que de forma integral atienda todas las necesidades abordadas en el artículo anterior.
La neuropsicología es muy compleja, y como tutores de algún compañero canino no tenemos la obligación de ser expertos en la materia, ni muchísimo menos, pero me parece de vital importancia tratar de forma sencilla este tipo de temas para que sepamos de su existencia y de su importancia, para que hagamos un ejercicio de empatía con nuestro perro que nos permita comprenderlos y para que busquemos profesionales cualificados que nos ayuden siguiendo esta línea de trabajo.
Y, tras esta introducción, volvemos al asunto que nos ocupa: el cerebro canino. Es el órgano más poderoso de todos y se divide en diferentes partes, no exenta su clasificación de controversia por la complejidad del mismo. En este artículo vamos a centrar nuestra atención en dos zonas muy concretas: el sistema límbico y la corteza cerebral.
El sistema límbico es el centro emocional, donde se producen y procesan las emociones, además de la memoria y la agresividad. Está formado por diferentes partes, como el bulbo olfativo, el hipocampo, el hipotálamo o la amígdala, que controla el miedo y regula la agresividad.
La corteza cerebral es el centro cognitivo, la parte racional del cerebro, el área de la inteligencia, el aprendizaje y la resolución de conflictos.
Pero entonces, ¿cómo procesa el cerebro la información? El perro percibe la información de los estímulos a través de los sentidos, y dicha información viaja hasta la corteza cerebral, que la recibe y, en última instancia, ejecuta una respuesta. Pero en ese proceso, entre la recepción y la ejecución de un plan de acción, se realiza una consulta emocional al sistema límbico, que determinará la respuesta. Por ejemplo, en esa consulta emocional, dos perros pueden sentirse de forma radicalmente opuesta ante un mismo estímulo, en función de sus sensibilidades y de sus experiencias.
Por lo tanto, es de vital importancia que entendamos y asimilemos la siguiente afirmación: existe una antagonía funcional entre estas dos partes del cerebro. ¿Y qué quiere esto decir? Que cuanto mayor activación límbica, menor será el funcionamiento de la corteza cerebral. O dicho de otro modo: cuanto mayor es la emoción que experimenta nuestro perro, menores serán sus capacidades cognitivas. Y viceversa. Una emoción muy alta puede llegar a inhibir la cognición de nuestro perro, y esta es la razón por la cual un perro con una emoción muy elevada, como el miedo, deja de dar respuestas reflexivas, deja de usar el olfato y deja de aceptar comida, por poner tres ejemplos comunes. O un perro con un nivel de excitación por las nubes no nos escucha ni responde a nuestras órdenes. Del mismo modo, realizar ejercicios cognitivos, como aquellos relacionados con el olfato, nos ayudarán a reducir la actividad emocional del cerebro de nuestro perro.
Siempre que trabajemos sobre un problema emocional, debemos hacerlo en base a la evidencia científica, teniendo muy claro cómo ayudarles a gestionar y controlar dichas emociones. Pero eso, lo analizaremos en capítulos posteriores…