Comunicación canina II. Señales de amenaza

Introdujimos, en el artículo anterior, las tres fases de la comunicación canina (señales de calma o de evitación, de amenaza y agresión), y nos centramos en la primera de todas ellas.

Recordemos que las señales de calma son una respuesta involuntaria, natural y pacífica del perro para afrontar una situación de estrés, con la finalidad de remediarlo, tratando de relajarse a sí mismo y de apaciguar y reducir la amenaza que percibe en el entorno.

Si estas señales pacíficas siempre fuesen entendidas y respetadas, es lógico pensar que hay una probabilidad muy alta de que el perro en cuestión permanezca siempre en este escalón comunicativo y no sienta la necesidad de dar un paso más. Por desgracia, la mayoría de las personas desconocen por completo los entresijos de la comunicación canina y estas señales no alcanzan sus objetivos en tanto que no se produce el cambio en el entorno que el perro necesita. Sucede constantemente, por ejemplo, con perros inseguros con personas, que demandan espacio y tiempo con sus herramientas comunicativas y en cambio reciben por respuesta un manotazo en la cabeza en forma de caricia o se encuentran una mano extraña en el hocico, con la intención de que este la huela.

De similar forma sucede con sus congéneres, ya que hemos modificado de forma radical la forma natural de vida de los perros, y en lugar de criarse y vivir en manadas equilibradas que enseñen de forma justa dónde están los límites y cuáles son las señales que los anticipan, el perro doméstico actual está supeditado a relacionarse con otros perros que, a su vez, están condicionados por sus propias circunstancias.

Cada perro que nos encontramos en el paseo carga con una mochila llena de todas las cosas que no se han hecho bien a lo largo de su vida. Algunos ejemplos pueden ser no haber recibido una correcta impronta por haber sido separados de la madre y la camada demasiado pronto; la genética y las sensibilidades heredadas; la falta de socialización y estimulación en etapas de vital importancia; la inexperiencia y los errores de sus familias; el material de paseo y el manejo de la correa; las malas experiencias, o la falta de buenas…

Las claves para conseguir que un perro esté bien socializado y aprenda a entender y comunicarse con otros perros las podemos encontrar en un triángulo de tres vértices:

  • En el primer vértice tenemos la LIBERTAD.

Todos los animales nacen para ser libres, y con libertad hago alusión tanto al tiempo como al espacio. Me explico. En el primer caso, un perro que goza de tiempo de libertad suficiente no necesita descargar toda su energía en momentos puntuales del día, con el consiguiente desajuste emocional provocado por la excitación que esto supone, sino que va a vivir y a relacionarse con el entorno de forma mucho más tranquila y equilibrada. En segundo lugar, un perro con libertad a la hora de decidir cómo moverse puede tomar decisiones propias y aprender de ellas. Puede acercarse a los estímulos cuando le apetezca de la misma forma que puede evitarlos, sin estar sujeto a una correa y obligado a acatar siempre las decisiones que tome su guía. Pueden, simplemente, esperar hasta sentirse preparados antes de abordar una nueva situación en vez de verse arrastrados a ella mediante la fuerza.

Si habéis viajado a cualquier país en vías de desarrollo, donde es muy habitual encontrarse muchos perros callejeros, podemos apreciar que se relacionan con el entorno con una excitabilidad baja, de forma más serena y cognitiva, en comparación a los perros domésticos que vemos diariamente en nuestros paseos. Aunque siempre hay excepciones, por supuesto, también es habitual apreciar este contraste cuando nos encontramos a perros de personas sin hogar, que pasan una gran cantidad del día sueltos en la calle.

  • En el segundo vértice tenemos la INFLUENCIA DE PERROS EQUILIBRADOS.

La justicia y la proporcionalidad son dos cualidades imprescindibles en un perro a la hora de valorar su capacidad para educar a otros congéneres. Cuando un cachorro y, posteriormente, un adolescente se crían junto a perros que tienen la habilidad de saber enseñar de forma correcta, aprenden lecciones importantísimas: los juegos tienen un límite; tras un gruñido o tras enseñar los dientes viene una corrección si no cesan en su empeño; hay que mantener un equilibrio dentro de la manada y no están permitidos los excesos de excitación; hay que respetar el descanso, así como la comida y otros recursos; hay que saber presentarse a otros perros para prevenir posibles conflictos; etc.

Si un perro ha recibido todos estos aprendizajes de forma justa y satisfactoria, dispondrá de buenas herramientas comunicativas y sabrá convivir con otros perros en armonía y con respeto. Por el contrario, ¿a que es habitual ver por la calle a un perro tratando de jugar, por lo civil o por lo criminal, con otro perro que trata desesperadamente de conseguir que cese y no lo consigue? Hace unos días vi a dos perros que se cruzaban por la calle, uno sacaba todos los dientes para tratar de frenar al otro y ese otro se los chupaba, totalmente ajeno a la amenaza. Si el aprendizaje social de nuestro perro se desarrolla con perros con problemas, nuestro perro no va a aprender a relacionarse de forma sana, y es probable que el día que sobrepase los límites de un perro sensible y con poca tolerancia, la corrección que reciba sea muy severa y al final acabe desarrollando miedo a otros perros, porque muchas veces no se producen los puntos intermedios. Por supuesto, la genética juega un papel fundamental, y hay perros que por sus características innatas ponen las cosas mucho más sencillas o difíciles que otros.

No hay más que ir a un parque de perros y observar, por ejemplo, qué sucede cuando uno entra por la puerta. ¿Os parece una situación sencilla de gestionar? Y si llevamos el debate un pasito más allá, ¿qué sucede si le hacemos creer a nuestro perro que siempre puede relacionarse con otros perros como lo hace dentro de dichos parques, y que todos sus encuentros con perros significan juego y frenesí? Que no va a entender de contextos, y que se va a crear unas expectativas altísima sobre qué va a suceder cada vez que se encuentre a otro perro, y la frustración por no cumplirlas puede ser enorme y difícil de gestionar.

  • En el tercer vértice tenemos la INFLUENCIA DEL SER HUMANO.

Es totalmente comprensible que, leyendo los apartados anteriores, especialmente el de la libertad, hayáis pensado que es imposible dotarles de esa libertad, tal y como está planteada, si por ejemplo vivís dentro de la ciudad. O que no veáis viable poder relacionarlo con perros equilibrados si todos los vecinos del barrio están como una cabra. Vivimos dentro de unas limitaciones, claro está, pero aquí es donde entra la influencia y el buen trabajo del guía. Si nos empoderamos nosotros mediante el aprendizaje propio para educarlos después a ellos tendremos la capacidad de sumar, y no de restar, a la calidad de vida de nuestros perros. Dedicarles tiempo, por supuesto, es el primer consejo, pero también saber estructurar los paseos, saber satisfacer sus necesidades de la forma más enriquecedora posible, saber comprenderlos y comunicarnos con ellos, darles la máxima libertad dentro de los límites que se nos imponen, organizar sus encuentros con los perros adecuados para alcanzar los objetivos propuestos, y un largo etcétera. Me encuentro muchos casos en los que las familias, con la mejor de las intenciones, han llevado a sus perros a parques caninos para que socialicen, sin ser conscientes de que aquello resultaba ser un pasaje del terror para los animales, causando el efecto contrario al deseado. ¡Y ojo! Los parques de perros son totalmente necesarios en entornos urbanos y pueden ser grandes herramientas si sabemos elegir los momentos adecuados y tenemos los conocimientos suficientes para supervisar las interacciones. Pero debemos saber cuándo podemos utilizarlos y cuando es mejor que nos retiremos.

En definitiva, nuestros perros dependen totalmente de nosotros, y toda su vida va a estar supeditada a lo que nosotros les queramos ofrecer. Puesto que nadie nos obliga a tenerlos, y ya que el amor que nos brindan es incondicional e incomparable, lo mínimo que les debemos es estar a la altura y garantizarles la máxima felicidad, ¿verdad? Si nosotros les fallamos, no tienen a nadie más.

¿QUÉ SON LAS SEÑALES DE AMENAZA?

Ya hemos analizado con detenimiento la fase comunicativa previa, y hemos realizado una aproximación a las razones por las cuales ni los perros ni las personas, en la mayoría de ocasiones, saben entenderla ni respetarla. ¿Qué sucede entonces? Que el perro que las emite se siente en la necesidad de subir un escalón comunicativo, y es entonces cuando aparecen las señales de amenaza.

Dichas señales muestran una comunicación mucho más directa y evidente que sus predecesoras. Aquí algunos ejemplos:

  • Gruñir.
  • Sacar los dientes.
  • Lanzar una dentellada al aire.
  • Ladrar.
  • Erizamiento (es una señal adaptativa para hacerse más grandes ante una amenaza).
  • Lateralidad del rabo hacia la izquierda. Indica una activación del hemisferio derecho del cerebro (ya que siempre se produce al contrario), lo cual indica estrés o tensión.

Sus objetivos pueden ser diversos:

  • Que finalice una determinada situación.
  • Ganar distancia con respecto a un estímulo.
  • Conservar un recurso.
  • Etc.

Es importantísimo comprender que el perro que emite estas señales NO está queriendo agredir, y está avisando para evitar tener que hacerlo. Evidentemente aquí interviene un componente emocional muy alto. La fase comunicativa previa no ha tenido éxito y la modulación crece junto a la irritación del perro.

Una correlación de hechos muy habitual es la siguiente: tenemos un cachorro sensible, por ejemplo, con personas, que durante mucho tiempo se comunica mediante señales de calma pidiendo espacio, tiempo y respeto. Su familia no lo entiende ni atiende sus necesidades, y las terceras personas optan por tocarlo e invadir su espacio pese a las evidentes muestras de rechazo, deteriorando más aún la confianza. Este cachorro crece y se convierte en adolescente o en perro adulto, y un día, cansado de que sus necesidades y sus demandas no se respeten de forma reiterada, se arma de valor y da un paso más allá, sacando los dientes, ladrando de forma amenazadora o lanzando un bocado al aire, por poner tres ejemplos. Esta comunicación es mucho más evidente e impactante, y por lo tanto causa efecto. Poco a poco, comprueba con éxito que cada vez que utiliza estas señales se produce en el entorno el cambio que necesitaba. ¿Qué creéis que va a suceder? Que el perro va a comprender que es una forma efectiva de solucionar por fin sus problemas, y lógicamente esta funcionalidad va a reforzar la conducta y va a derivar en que estos comportamientos se empiecen a dar de forma recurrente mientras no se modifiquen los factores que los provocan.

¿Qué debemos hacer si nuestro perro muestra señales de amenaza? Debemos identificar las causas junto a un profesional, y debemos establecer un plan de intervención para abordar el problema de forma integral. Si somos capaces de incidir en la raíz del problema y cambiar la percepción que el perro tiene del entorno, eliminando sus miedos y preocupaciones, mejoraremos su confianza y su tolerancia y, por lo tanto, no se verá en la necesidad de recurrir a esta fase de la comunicación.

Las señales de amenaza NO se castigan, porque si lo hacemos, inhibiremos en el perro un escalón comunicativo. Y el hecho de que un perro limite sus expresiones no indica en absoluto que el problema esté resuelto, y la falta de aviso puede llevarnos a cometer tensar demasiado la cuerda y que se produzca una agresión, que sería la fase comunicativa número tres.

Entonces, ¿no le regaño a mi perro si me gruñe por sentarme a su lado en el sofá? Por supuesto que no. Primero, deberías averiguar junto a un profesional la razón por la que la relación ha dejado de ser sana y segura. Después, habrá que replantear los límites dentro del hogar mientras que se soluciona el problema: ¿tiene sentido que el perro tenga permitido subirse al sofá, que es una zona común, si compartirlo detona en una situación de conflicto y tensión? En tercer lugar y como decíamos antes, habrá que establecer un plan integral que ponga en orden la relación y restablezca la confianza hasta que nuestro perro deje de percibirnos como una amenaza cuando nos acercamos a su zona de descanso. La conducta visible es solo el pico del iceberg, como comentábamos en artículos anteriores, y hay un trasfondo enorme detrás que es importantísimo analizar. Si en lugar de todo esto nos limitamos a sentirnos heridos en nuestro orgullo y castigarle por habernos amenazado, le estaremos dando la razón al desconfiar de nosotros y solo contribuiremos a generar más malestar y falta de comprensión entre los dos, sin contar con que el castigo irrite más todavía a nuestro perro y alcance el tercer escalón comunicativo: la agresión. ¡Pero de esto hablaremos en el siguiente artículo!

Samuel
samuel.tribucanina@gmail.com